El artículo
aborda las baterías de sal, una tecnología emergente en almacenamiento de
energía que, a diferencia de las baterías tradicionales de iones de litio,
utiliza materiales como la sal y cerámica en un electrolito sólido, en lugar de
líquido. Esto les otorga una serie de características únicas. Las baterías de
sal son ignífugas, no pueden explotar y no reaccionan ante incendios o
inundaciones, lo que las hace adecuadas para lugares de alto riesgo, como
plataformas de petróleo y gas, minería y construcción de túneles. Utilizan
materiales abundantes y fácilmente accesibles, como sal común y cerámica, lo
que reduce los costos y facilita su reciclaje. No contienen elementos tóxicos
ni inflamables, diferenciándose de las baterías convencionales.
Estas
baterías pueden operar eficientemente en un rango amplio de temperaturas, de
–20 °C a +60 °C, y son especialmente duraderas, capaces de funcionar en lugares
remotos durante décadas sin mantenimiento. Uno de los principales desafíos es
su alta temperatura de funcionamiento, que alcanza los 300 °C, lo que requiere
un sistema de calentamiento activo. Sin embargo, en aplicaciones grandes, las
baterías pueden mantenerse calientes por sí mismas durante el ciclo de carga y
descarga. Además, se están buscando alternativas al níquel, considerado un
material crítico, con investigaciones en curso para reemplazarlo con zinc.
Aunque
inicialmente se desarrollaron para vehículos eléctricos, las baterías de sal
están encontrando su nicho en aplicaciones estacionarias, como el suministro de
energía a antenas de telefonía móvil o infraestructuras críticas. En el futuro,
podrían alimentar zonas residenciales enteras si se logran producir de forma
masiva y económica. Este desarrollo tecnológico, liderado por instituciones
como Empa y empresas colaboradoras, tiene como objetivo crear una opción de
almacenamiento energético más segura, sostenible y económica en comparación con
las baterías tradicionales.