En medio de
un entorno regional marcado por tensiones, Uruguay, con 3,4 millones de
habitantes, se destaca como un oasis de calma democrática. Durante las
elecciones presidenciales y parlamentarias, las actividades cotidianas como las
ferias vecinales, los paseos por la rambla de Montevideo y los tradicionales
asados familiares, reflejan una sociedad que confía en su sistema electoral y
participa con entusiasmo y tranquilidad en el proceso democrático.
Desde el
regreso a la democracia en 1985, la confianza en las instituciones ha sido
clave para que los uruguayos acudan a las urnas con una normalidad envidiable,
un ambiente en el que incluso militantes de diferentes partidos comparten
momentos, disfrutan de un mate, y se abrazan sin importar los resultados. Este
clima pacífico cuenta con el respaldo de las fuerzas policiales y militares,
con miles de efectivos desplegados para garantizar el orden.
El
presidente Luis Lacalle Pou, tras emitir su voto, destacó emocionado la
convivencia pacífica entre simpatizantes de todas las corrientes políticas,
calificando la democracia uruguaya como “muy linda”. Yamandú Orsi, candidato
por el Frente Amplio, también expresó orgullo por la “salud democrática” del
país, una cualidad que, según él, convierte a Uruguay en un lugar
“privilegiado” dentro de América Latina.
Así, el
evento electoral en Uruguay es observado como un modelo de civilidad
democrática, en el que por un fin de semana, el país se une y el protagonismo
recae en el compromiso cívico, relegando incluso al fútbol, símbolo de unión
nacional, a un segundo plano.