El líder del Partido Laborista, Keir Starmer, sonríe mientras habla con sus seguidores en la Tate Modern de Londres, el viernes 5 de julio de 2024.
agencia efeLondres
Keir Starmer ha
llegado a Downing Street como
si en realidad nunca lo hubiera previsto. Este sobrio hombre de leyes, fiscal
reconvertido a político, sigue siendo un enigma para el Reino Unido, aunque
haya conseguido sacar al laborismo de su larga travesía por el desierto.
Valga sobrio como aburrido, hermético,
soso y constreñido. Pero también como moderado, pragmático, racional y sensato.
Aplíquese al gusto.
Lo bueno de jugar con las
cartas pegadas al pecho es que hay tantos Starmer en el imaginario colectivo
como votantes en el país. Y ninguno
asustó tanto al electorado como para no confiarle las llaves del
número 10 de Downing Street.
Desde que el Partido Conservador comenzó su
desmontaje por capítulos en la pasada legislatura (primero con las fiestas de
Boris Johnson, después con la calamidad fiscal de Liz Truss, finalmente con la impericia política de Rishi Sunak),
Starmer ha tenido claro que solo un error propio le privaría del poder.
Eso ha irritado a las bases laboristas, pero
al mismo tiempo ha enviado un mensaje de calma al país: pueden darme las
riendas, no haré cosas raras.
En honor a la verdad,
Starmer no se ha movido ideológicamente ni un centímetro desde hace años.
Disciplina fiscal, rigor en las cuentas, promesas realizables y seriedad en la
gestión conforman el núcleo de su mensaje.
Nada de eso hizo saltar de euforia a los electores, pero tampoco
impidió que votasen por él.
A estas alturas, Starmer
será muy consciente de que el porcentaje de votos que ha obtenido (un 34 %) es
bastante más bajo que el que su predecesor, Jeremy Corbyn, tan carismático como
divisivo, obtuvo en las elecciones que perdió en 2017 (40 %).
La diferencia es que
aquella vez la conservadora Theresa May obtuvo
un 43 % de los votos y en esta ocasión el conservador Sunak se quedó en el 24
%.
Si se recurre a un símil
futbolístico de los que tanto gusta Starmer, estos comicios se acercaron más a
un gol en propia puerta de los 'tories' que a una espectacular chilena
laborista en el último minuto.
No es baladí el
recurso balompédico: el fútbol
ha sido elemento central de la campaña (la mayoría de mítines los ha dado en
pequeños estadios) y forma parte intrínseca de la personalidad del líder
laborista, como explica el periodista Tom Baldwin en la única biografía
autorizada de Starmer, tan completa como benevolente.
ORÍGENES HUMILDES
Pese a su
obsesión por la privacidad, el nuevo
primer ministro ha relatado una y otra vez los pormenores de su infancia en
una familia de clase trabajadora que sufría para llegar a fin
de mes.
Nació en 1962 en Surrey, al
sur de Londres, un área tradicionalmente burguesa y conservadora, donde siempre
se sintió, según su biografía, un poco fuera de sitio.
La figura de su padre, un
artesano con fuertes convicciones de izquierda, tiene una importancia capital a
la hora de explicar al personaje.
Mantuvo una enorme
distancia emocional con sus cuatro hijos, al tiempo que concentraba
sus energías en cuidar de su mujer, Jo, aquejada de una rara enfermedad
autoinflamatoria, algo que Starmer ha recordado con amargura en varias
ocasiones.
Alumno modélico en una
'grammar school' (escuelas públicas para los mejores estudiantes), el jefe del
Gobierno cursó sus estudios en la universidad de Leeds y posteriormente en
Oxford, donde quedó cautivado por la defensa de los derechos humanos.
Coqueteó desde joven con
las ramas más radicales del laborismo, llegando a proclamar en una entrevista
de trabajo para un bufete de abogados que "la propiedad es un robo"
(aunque luego reconoció que era una provocación).
Pese a todo, los más
cercanos siempre han detectado en él una esencia de 'patriota de pueblo', un
hombre de orden con apego por su país y sus tradiciones, alejado de la imagen
de abogado elitista y cosmopolita con la que le retrata la derecha.
Jamás ha renunciado a los
partidillos de fútbol con sus amigos ni a su abono en el estadio del Arsenal,
que lo mantienen pegado a tierra.
UNA PERSONALIDAD INDESCIFRABLE
Ni su biógrafo
ni los periodistas que lo han
seguido en los últimos años han conseguido descifrar del todo a
Starmer.
Para empezar, suele ser muy
reticente a hablar de su vida personal (poco se sabe de sus dos hijos) y de sus
convicciones. No se le aprecian a simple vista la vocación y la autoestima que
suelen acompañar a los políticos.
Sin embargo, ha demostrado
ser implacable cuando lo ve necesario. Alcanzó en 2008 la jefatura de la
Fiscalía tras haberse labrado una reputación como abogado de derechos humanos.
Seis años más tarde abandonó
el Ministerio Público para dar el salto a la política como
candidato laborista y pronto llamó la atención de Corbyn, que lo incorporó a su
equipo primero como portavoz de Inmigración y posteriormente del Brexit.
Tras la renuncia del líder
por su derrota en 2019, Starmer se posicionó como candidato de unidad en las
primarias y salió elegido para reconstruir el partido.
Desde ahí no le ha temblado
la mano para purgar a Corbyn por su inacción contra el antisemitismo y laminar
a todo el sector crítico.
El resultado a cuatro años
de golpe de timón llegó hoy. Ahora le toca a Starmer navegar por unas aguas aún
más procelosas que las de su partido.