Haití vive una crisis social y política, agravada tras el asesinato de su presidente Jovenel Moise.AFP
agencia afpPuerto Príncipe, Haití
Hace año y medio Philomène
Dayiti tuvo que huir de las pandillas y refugiarse en una iglesia
de Puerto Príncipe, reconvertida en un campo para desplazados
internos. Su angustia es la de cientos de miles de haitianos en un país
sometido a la violencia de las bandas armadas.
"Me gustaría volver a casa, encontrar un lugar
donde descansar. No puedo quedarme aquí para siempre", dice esta mujer a
la AFP.
Dayiti, de 65 años, vivía
en Bas-Delmas, un municipio peligroso del área metropolitana de la capital,
donde sobrevivía vendiendo productos en la calle.
Cuando los enfrentamientos
entre pandillas la obligaron a huir de su barrio, encontró refugio en la
iglesia internacional primitiva, en Delmas 19, a las afueras de Puerto
Príncipe.
El pequeño patio del lugar
se ha convertido en un campamento improvisado donde se hacinan 800
personas, que guardan sus pertenencias colgadas en las paredes o en
cuerdas de tender la ropa.
Como Dayiti, numerosos
haitianos han abandonado sus hogares por temor a las bandas, activas desde hace
años en el país y que han redoblado sus acciones desde febrero.
Ese mes las pandillas
lanzaron ataques coordinados contra puntos neurálgicos de Puerto Príncipe en un
pulso contra el primer ministro Ariel Henry.
El controvertido dirigente
acabó dimitiendo y unas autoridades de transición asumieron el poder con una
tarea monumental por delante.
Un 80% de Puerto Príncipe
está en manos de las pandillas, acusadas de asesinatos, violaciones, saqueos y
secuestros. Y según la Organización Internacional para las Migraciones
(OIM), hay cerca de 600,000 desplazados internos en
Haití tras un aumento del 60% desde marzo.
ESCUDO HUMANO
Roberto, que vivía
"plácidamente" en una pequeña comunidad en Croix-Des-Bouquets, cerca
de la capital, también encontró refugio en la iglesia internacional primitiva.
"En la mañana del 21
de enero de 2023, mientras estábamos ocupados en nuestras tareas diarias, oímos
varios disparos", cuenta este padre de dos adolescentes, que prefiere no
compartir su apellido. "Luego vimos cómo bandidos armados invadían la
zona. Nos dijeron que mantuviéramos la calma y que el barrio estaba bajo su
control".
"Dispararon toda la
noche y cuando vimos eso, como somos buenos padres, entendimos que éste ya no
era nuestro lugar", dice.
Para no levantar sospechas
Roberto y su familia se marcharon a escondidas sin llevar ninguna pertenencia.
Quisieron evitar así que los pandilleros los usaran como escudo humano en caso
de operación policial, una práctica habitual según varios testigos.
"Destruyeron todos mis
bienes. Yo tenía un coche, una tienda. Ya no tengo nada, he caído a lo más
bajo", lamenta Roberto. "Les digo [a los dirigentes] del Estado
haitiano: mientras ustedes hablaban en todo el mundo, yo perdí todo en una
fracción de segundo".
REPRESALIAS
El pastor de la iglesia
internacional primitiva, Méus Lotaire, reconoce que la convivencia entre
desplazados no siempre es sencilla.
"Me exige mucho
[esfuerzo] gestionar a todas estas personas [que vienen] de lugares
distintos" y deben compartir un espacio limitado, asegura este hombre de
61 años. "Tenemos problemas de todo tipo, como los baños"
insuficientes.
"Hay tantas personas
aquí (...), está lleno de gente", dice. A veces "no pueden
respirar".
El acceso a cuidados
médicos también es complicado, ya que varios hospitales tuvieron que cerrar o
reducir sus actividades por culpa de la violencia pandillera.
Aquí es la oenegé Alima,
conocida por sus unidades médicas móviles, la encargada de examinar a los
pacientes: medir su tensión, dar medicamentos, pesar a un recién nacido, etc.
El pastor agradece su
trabajo "colosal", el cuidado que da a "cientos de
pacientes", incluidos algunos que no viven en el campamento.
Es el caso de Nehemie
Laguerre, de 20 años, cuya familia reside cerca de la iglesia.
La joven dio a luz la
víspera y ha venido hasta aquí para una revisión. Ahora va a regresar a casa
con medicamentos para tomar y algunos consejos sobre la forma de cuidar al
bebé, su primer hijo.
No quería tenerlo, pero no
logró abortar, explica. Vive en Bas-Delmas aunque prefiere no comentar la
situación ahí, por temor a represalias de las bandas.