Una mujer cocina en un albergue para familias
desplazadas por la violencia de las bandas, en Puerto Príncipe, Haití, el 8 de
marzo de 2024. La aterradora violencia de las bandas antigubernamentales que
luchan contra la policía paraliza la frágil economía del país y dificulta
enormemente que muchos de los más vulnerables puedan alimentarse. (AP Foto/Odelyn Joseph)
(Odelyn Joseph / Associated Press)
PUERTO PRÍNCIPE,
Haití —
PUERTO PRÍNCIPE, Haití (AP)
— Fruta podrida, verduras marchitas, garrafas de agua vacías y bombonas de gas
gastadas ocupan ahora las tiendas y puestos en los que se abastecen los más
pobres de Haití. Es una consecuencia de los incesantes ataques de las bandas
que paralizan el país desde hace más de una semana y han reducido el suministro
de productos básicos.
La aterradora violencia de
las bandas antigubernamentales que luchan contra la policía paraliza la frágil
economía del país y dificulta enormemente que muchos de los más vulnerables
puedan alimentarse.
El principal puerto de la
capital, Puerto Príncipe, cerró dejando varados cientos de contenedores llenos
de alimentos y suministros médicos en un momento en que, según funcionarios de
Naciones Unidas, la mitad de los más 11 millones de habitantes del país no
tienen suficiente para comer y 1,4 millones pasan hambre.
En los vecindarios más exclusivos, las tiendas de
alimentación siguen abastecidas, pero sus productos son inalcanzables para la
mayoría en un país donde muchos ganan menos de dos dólares al día.
“La gente está desesperada por conseguir agua”, dijo
Jean Gérald, que un día vendía tomates ennegrecidos y cebolletas mustias
convencido de que se acabarían rápido debido a la escasez de comida en algunas
partes de Puerto Príncipe. “Por culpa de la violencia de las pandillas, la
gente pasará hambre”.
A su lado había filas de garrafas de agua vacías que
no pudo rellenar porque la violencia obligó a uno de los principales operadores
de agua embotellada del país a cerrar.
Mientras hablaba, se escuchaban disparos en la
distancia.
Decenas de personas han muerto y más de 15.000 se han
visto obligadas a abandonar sus hogares desde el inicio de los ataques
coordinados de las bandas el 29 de febrero, mientras en el primer ministro,
Ariel Henry, estaba en Kenia para presionar por el despliegue de una fuerza
policial del país africano, respaldada por la ONU, para hacer frente a las
pandillas. Una corte keniata determinó en enero que tal iniciativa sería
inconstitucional.
Mientras las bandas campan por la capital, liberando a
más de 4.000 reos de los dos principales penales del país, atacando su
principal aeropuerto e incendiando comisarías, los menos poderosos son los que
más han sufrido.
Las escuelas, los bancos y la mayoría de los
organismos gubernamentales siguen cerrados. Las gasolineras tampoco funcionan y
los pocos que pueden permitirse pagar 9 dólares por un galón (casi 3,8 litros)
de combustible — más del doble de su precio habitual — recurren al mercado
negro.
Los vendedores callejeros están perdiendo poco a poco
su medio de vida y se preguntan cómo alimentarán a sus familias.
“Si mira dentro, no hay nada”, contó señalando unas
cuantas latas de sardinas. “No sé cuánto va a durar esto. Espero que esta
crisis se acabe y que la gente pueda volver a su vida normal”.
Pero eso parece poco probable por ahora.
Henry, quien enfrenta pedidos para presentar su
renunciar o formar un consejo de transición, sigue sin poder represar al país.
El martes aterrizó en Puerto Rico tras no poder hacerlo en República
Dominicana, que comparte isla con Haití. El gobierno dominicano dijo que no
tenía el plan de vuelo necesario tras el cierre de su espacio aéreo con Haití.
“Están diciendo esencialmente que están preparado para
asumir el gobierno”, señaló Robert Fatton, experto en política haitiana en la
Universidad de Virginia, refiriéndose a las bandas. “Creo que deberíamos
tomárnoslos en serio”.
A Valdo Cene, de 38 años, le preocupan que los
ancianos estén muriendo en sus casas y que haya gente que no pueda salir a
calle a buscar alimentos o agua porque las pandillas controlan sus vecindarios.
“Toda la zona está sufriendo”, dijo. “No tienen agua.
No tienen propano”.
Cene apuntó que su familia vive con lo que les queda
de arroz, frijoles, sardinas y plátanos, además de un puñado de boniatos y
zanahorias. Se pregunta cuándo podrá volver a ganar dinero.
En una tarde reciente, Gérald vertió menos de una taza
de aceite para cocinar en una vieja botella de agua y se la entregó a un joven.
Era todo lo que la familia del chico se podía permitir, y no era suficiente
para que Gérald siguiera ganándose la vida.
“Si viene la fuerza extranjera, dará un respiro a la
gente como para ganarse la vida y seguir luchando por un futuro mejor”, afirmó.
Coto informó desde San Juan, Puerto Rico.