Los bustos de bronce de la tumba de la pareja Margarita Pacheco y Modesto Canto, conocida como “La Tumba del Amor”, se muestran en el Cementerio Colón de La Habana el 12 de febrero de 2024.(PHOTO BY ADALBERTO ROQUE / AFP)
Para el magnate
cubano del azúcar, Juan Pedro Baró, nada serÃa demasiado lujoso para depositar
los restos de la gran pasión de su vida, Catalina Lasa, fallecida en 1930. Como
la leyenda de esta pareja, el Cementerio de Colón en La Habana atesora conmovedoras
historias de amor.
"En el
cementerio hay muchas historias de amor", declara a la AFP el cantautor
Mario Darias, de 66 años, apasionado de las anécdotas de la necrópolis
habanera, fundada en 1876 y que ocupa unas 50 hectáreas en el corazón de la
ciudad.
Héroes de la
independencia, escritores, músicos, pintores y médicos ilustres están
enterrados en este cementerio, cuya riqueza arquitectónica y escultural lo
convierten en uno de los más famosos del mundo.
Allà hay
amores secretos, prohibidos o frustrados que lograron superar toda oposición.
El poder de este sentimiento es celebrado incluso en la muerte y sacralizado
con el paso del tiempo, mezclando realidad y ficción.
Es el caso de
Margarita Pacheco (1920-1959) y Modesto Canto (1890-1977), cuya fosa fue
bautizada como la "tumba del amor". Él era profesor, ella su alumna,
y los separaban 30 años.
"Mucha gente
se opuso a esta relación. Todo el mundo pensaba que iba a ser viuda muy pronto,
pero fue ella la que murió primero", cuenta Darias, autor de varios libros
sobre la historia del cementerio.
"Unidos
por el amor eterno", se lee debajo del busto de los dos amantes que corona
la tumba, donde el afligido viudo hizo construir un pequeño banco de mármol al
que acudÃa a tocar el violÃn para su "idolatrada Margarita", como
reza el epitafio.
En otro sector del
camposanto está la tumba de Amelia Goyri (1877-1901), conocida como "La
Milagrosa". Esta sepultura devino lugar de devoción para los cubanos que
le imploran por salud, hijos y viajes.
Fallecida durante
el parto a los 24 años, esta aristócrata fue inhumada con su bebé a sus pies.
Desconsolado, su esposo no pudo evitar abrir la tumba trece años después para
verla por última vez y encontró el cuerpo intacto de Amelia que sostenÃa a su
hija en brazos. Asà nació el mito.
"El
esposo empezó a hacer como un rito sin darse cuenta. Llegaba, tocaba la argolla
para 'despertarla' y conversaba con ella. A la hora de irse tocaba (la
estatua), se retiraba sin darle la espalda. Durante 40 años este hombre hizo
esto", relata Darias.
- Rosal eterno -
Leticia
Mojarrieta, de 56 años, conoce esta historia de amor y cumple rigurosamente con
este ritual, alejándose de la tumba "sin darle la espalda".
Llegó para
pedir protección para su nuera, que acaba de emigrar a Estados Unidos y está
embarazada. "Se detectó un poco de lÃquido en el tórax del bebé. Vengo y
pido para ayudarla", dice la mujer a la AFP.
Pero, sin dudas,
la historia más romántica del cementerio es la de Lasa (1875-1930) y Baró
(1861-1940). Considerada una de las mujeres más bellas de La Habana, Catalina
estaba casada con el hijo de un vicepresidente cubano cuando se enamoró de
Juan, un rico empresario.
En la burguesÃa
habanera esta pasión adúltera provocó un gran escándalo. "La alta sociedad
toma partido en eso y le vira la espalda", pero ellos "siguieron su
relación a pesar de eso", explica Darias.
Los amantes
huyeron a ParÃs. En 1917, en Roma, el Papa en persona accedió a su demanda de
anular el matrimonio de Catalina. Entonces se casaron y regresaron a La Habana,
pero unos años después Catalina enfermó y murió a los 55 años.
De estilo Art
Déco, el mausoleo que le erigió su esposo -actualmente en restauración-,
cautiva por su imponente tamaño y sus lÃneas sobrias de mármol blanco y granito
negro.
La cúpula está
adornada con piezas de vidrio de Murano, talladas en forma de rosas por el
célebre vidriero francés René Lalique (1860-1945), de quien la pareja era
mecenas.
"Cuando sale el sol, esas
flores talladas se proyectan en la pared" interior del panteón y en la
medida en que "el sol va subiendo", las rosas se reflejan sobre
"el sepulcro de ella", detalla Darias. Es como una declaración de
amor que desafÃa cada dÃa la muerte.