La banda chilena La Ley durante su presentación en el festival Bésame Mucho. (Raul Roa/Los Angeles Times en Espanol)
Por: Sergio Burstein Staff And Assistant Editor
En los
tiempos que vivimos, los festivales musicales que se respetan y que logran
realmente dejar huella buscan tener en su cartel al menos a una banda o a un
solista que no se encuentran en actividad desde hace buen tiempo, y que se
reúnen incluso únicamente con la finalidad de participar en la fecha.
En ese
sentido, la segunda edición de Bésame Mucho, que se llevó a cabo este sábado en
el estacionamiento del Dodger Stadium, al igual que la primera, se anotó un gol
de media cancha al tener como acto estelar de su escenario más amplio, el
Rockero, a La Ley, la legendaria banda chilena de pop rock (¿o sería mejor
decir de rock pop?) que no había pisado una tarima desde 2016.
Fue
justamente en ese año que el trío conformado por Beto Cuevas (voz), Mauricio
Clavería (batería) y Pedro Frugone (guitarra) anunció su segunda separación
luego de tres años de un reencuentro que pretendía retomar los logros obtenidos
durante su etapa inicial de vida, la que empezó en 1987 y se prolongó hasta
2005.
La disolución
del grupo fue realmente inesperada, porque había un álbum nuevo en estudio
(“Adaptación”) y varias fechas en vivo confirmadas, entre ellas, una
presentación en el popular Riot Fest de Chicago que, por supuesto, no llegó a
darse. Pese a que el asunto se manejó con discreción, parecía claro que la
decisión había surgido de los graves conflictos internos que atravesaba la
agrupación.
Hace unas horas, Cuevas, Clavería y Frugone volvieron a dar la cara ante
sus fans tras una promesa inicial con fecha de expiración (solo iban a
participar supuestamente en el Bésame Mucho de L.A. y en el de Austin, Texas,
que hace su debut el 2 de marzo de 2024).
Se trata de
una promesa que podría verse ahora rota en aras de la continuidad, como
afirmaron los mismos músicos durante una entrevista exclusiva con Los Angeles
Times que puedes encontrar todavía aquí, y como lo insinuó el ‘frontman’ al
despedir este show diciendo: “Nos vemos pronto”.
Les depare lo
que les depare el futuro, en el Dodger Stadium, los sudamericanos aprovecharon
los 50 minutos que se les ofrecieron para brindar una lista de ‘hits’ en la que
demostraron tanto ese lado guitarrero que sus detractores se insisten en
desconocer como sus efectivos coqueteos con el synth pop y sus
experimentaciones más avezadas. Estuvieron ahí “Día Cero”, “Duelo”, “Mentira”,
“Aquí” y otras más.
Los
integrantes del combo, que han estado ensayando en el Sur de California, donde
todos vivieron durante cerca de una década y donde radica todavía Cuevas,
contaron con un sonido impecable y solo cometieron un error perceptible, porque
casi todo lo que hicieron fue interpretado brillantemente. No estuvieron solos,
ya que contaron con el apoyo de unas coristas y de un guitarrista adicional.
Claro que lo
que lucía como una posición de lujo en el cartel no terminó siendo tan
afortunada, porque se cruzaba con el acto de Los Bukis en el no tan cercano
escenario Las Clásicas, lo que hizo que la inmensa masa humana que había estado
presente poco antes por estos lares disminuyera considerablemente. Los Bukis
hacen, por supuesto, una música muy distinta (la grupera), pero son mexicanos y
gozan de un status tan fuerte que trascienden gustos y generaciones.
Cuevas estaba nervioso y claramente emocionado. No tuvo un manejo
sobresaliente de la multitud, pero cantó increíblemente, bailó cuando era
necesario y lució particularmente elegante enfundado en un traje negro con ecos
‘dark’. En todo caso, el que más destacó en términos de contundencia fue el
guitarrista Pedro Frugone, cuyo instrumento exhibió un poder admirable.
Fher, vocalista de Maná, en medio de su acto. (Raul Roa/Los Angeles Times en Espanol)
El escenario
Rockero, que es el centro de atención en esta nota, contó con la intervención
de 14 actos musicales, lo que implicaba la dificultad de hacer una reseña
detallada de cada uno de ellos. El tema se complicaba todavía más cuando
consideramos que el artículo que estás leyendo pretendía ir más allá para darle
cabida a artistas que, por razones de logística no siempre lógicas, pertenecen
al género guitarrero pero fueron relegados a tarimas en las que había una
presencia mayoritaria de propuestas pertenecientes a otras escuelas.
Pero volvamos
a este escenario, y retrocedamos un poco. Por el lado de la popularidad, los
organizadores del evento tuvieron también el tino de contratar a Maná, un acto
que, además de su inmensa capacidad de convocatoria, llegó a la fiesta con una
ventaja coyuntural: acaba de ponerse en boca de todos tras anunciar que donará
parte de las ganancias de los conciertos que ha estado ofreciendo en Los
Ángeles a un fondo de ayuda para los vendedores ambulantes de esta ciudad.
Maná no fue
ni siquiera el penúltimo grupo del escenario Rockero, sino que fue colocado en
el horario de las 7 de la noche, antes de Caifanes, que antecedía a La Ley.
Pese a lo dicho, la ubicación tenía sentido cuando se considera que el conjunto
tapatío se ha convertido prácticamente en un grupo local debido a la
interminable temporada de conciertos (todos ellos completamente vendidos) que
ha venido ofreciendo en el Staples Center (y que acaban de alcanzar la
impresionante suma de 16).
Sea como sea,
Fher Olvera y sus amigos tuvieron una considerable ventaja sobre los demás en
cuestiones de tiempo, porque se les otorgó 90 minutos de actuación, cuando
ninguno de los demás actos en el escenario superó la hora.
Esto les
permitió no solo hacer un recorrido generoso de sus numerosos éxitos, tocados
con tanto entusiasmo como profesionalismo, sino también enfrascarse en
improvisaciones (como el pertinente ‘cover’ del bolero “Bésame mucho” que
aseguraron haber elaborado en los bastidores) y brindar versiones
particularmente extensas de “Oye mi amor”, “Clavado en un bar” y “Rayando el
sol”.
Mientras esto
sucedía, su carismático y locuaz vocalista daba mensajes a favor de los
inmigrantes y en contra de los políticos racistas de Estados Unidos, usando a
veces un lenguaje altisonante. Se piense lo que se piense de estos tipos y de
su populismo, es indudable que no pasan desapercibidos, que se toman su trabajo
en serio y que están haciendo las cosas bien.
Ya que
hablamos de Caifanes, es necesario señalar que el combo encabezado por el
vocalista y guitarrista Saúl Hernández había estado presente en el festival del
año pasado y también en un puesto estelar, lo que llevaba a cuestionar al menos
un poco la pertinencia de su regreso, sobre todo cuando se considera que la
banda no ha lanzado un álbum inédito en prácticamente 30 años y que, desde
2014, se encuentra desprovista de Alejandro Marcovich, el prodigioso
guitarrista que, sin haber sido ni por asomo el compositor principal de la
banda (ese es Hernández), tiene un estilo absolutamente distintivo.
Sea como sea,
si uno es rockero y creció escuchando sus inolvidables canciones, es inevitable
emocionarse cada vez que tocan (porque siguen siendo unos instrumentistas
fenomenales) clásicos de la talla de “Dioses ocultos”, “Afuera” y “No dejes
que”, así como caer bajo el influjo de su líder, una suerte de chamán que
fabrica letras y melodías maravillosas.
A estas
alturas, es agotador lamentar la ausencia de Marcovich, quien, de todos modos,
no fue un miembro fundador del grupo, aunque es evidente que el competente
guitarrista que se encarga de los solos desde hace varios años, Rodrigo Baills,
no tiene la destreza ni la originalidad de su antecesor. Pero es imposible
dejar de recordarlo.