Shohei
Ohtani ha sobrepasado todas las expectativas puestas sobre él.
MLB
Cuando el mercado de Shohei
Ohtani abrió sus puertas por primera vez hace seis años, los equipos de las
Grandes Ligas se asomaron por ellas y se preguntaron si todo lo que se prometía
podría realmente cumplirse.
¿Un lanzador de élite y un
bateador de élite? Ohtani sólo tenía 23 años, era muy atlético, estaba motivado
y centrado. En Japón había demostrado ser experto en ambas tareas. Pero eso no
significa que no hubiera serias dudas en la industria del béisbol sobre cuánto
tiempo sería capaz de lanzar y batear.
Aunque la relativa ganga que suponía el experimento
Ohtani en aquel momento (US$20 millones en concepto de derechos de traspaso y
un bono de unos pocos millones de dólares) hacía que valiera la pena comprobar
si todo aquello pudiera ser cierto, ejecutivos, coaches, scouts y jugadores se
preguntaban y murmuraban sobre el riesgo de lesiones, lo que implicaba tener a
un jugador así en el roster, el calendario y el estrés.
“La faceta de lanzador ya sería bastante difícil para
él”, le dijo un coach de pitcheo de un equipo de Grandes Ligas a Yahoo Sports
en aquel momento. “Ser un jugador de todos los días además de eso, simplemente
no veo que suceda. No a un nivel de impacto. No hay posibilidad”.
Bueno... resulta que al
menos había una pequeña posibilidad.
Ahora que Ohtani es una
superestrella consolidada, la ecuación financiera -y la ecuación de riesgo- ha
cambiado radicalmente. Ohtani se ha ganado el contrato que conseguirá haciendo
lo que ningún jugador de la Liga Americana o de la Liga Nacional (no, ni siquiera
Babe Ruth) había hecho antes. El riesgo ahora tiene que ver totalmente con su
salud, pero en cierto modo más pronunciado. Ohtani, después de todo, viene de
su segunda cirugía del codo desde 2018, tiene 29 años y es humano (... tal
vez).
Todos sabemos ahora, incluido aquel coach de pitcheo,
que no debemos dudar de las habilidades de Ohtani. Pero tampoco deberíamos
asumir ciegamente que lo que hemos visto en las últimas tres temporadas -en las
que Ohtani ha promediado un OPS+ de 161 (61% mejor que la media de la liga)
como bateador y una EFE+ de 151 como lanzador (51% mejor que el promedio)- será
su norma una vez que se haya recuperado totalmente de la operación. La suya
sigue siendo una tarea enorme, tanto física como mentalmente. Un éxito histórico,
cautivador y sin precedentes, como el que vimos entre 2021 y 2023 (las únicas
temporadas en las que Ohtani ha jugado 110 juegos o más), no debe darse por
sentado.
Pero que pasaría – y
ojalá los dioses del béisbol no lo permitan – si Ohtani tuviera que pasar la
mayor parte de su nuevo contrato luchando para retomar su nivel y/o en la lista
de lesionados? ¿Y si su codo no le permite volver a lanzar? ¿Y si su bate sólo
alcanza un rendimiento promedio? ¿Y si este nuevo contrato es un fracaso
colosal y desastroso?
Al fin y al cabo, estas
cosas pasan en el béisbol. ¿Quedaría empañado para siempre el legado de Ohtani
como un unicornio del béisbol, un fenómeno de la naturaleza, una rareza
asombrosa?
En una palabra, no. Porque estoy aquí para decirles
que Ohtani ya ha hecho lo suficiente para entrar al Salón de la Fama de
Cooperstown.
Bueno, de acuerdo,
admitiré que las normas del Salón exigen que un jugador participe en 10
temporadas para poder ser exaltado. Ohtani ha disputado seis, así que, según
mis cálculos, le faltan cuatro. Creo que puede conseguirlo.
Pero, aunque normalmente
no diría que un jugador con “sólo” tres temporadas de élite (dos MVP y un
segundo lugar en la votación) es un futuro miembro del Salón, el rendimiento de
Ohtani entre 2021 y 2023 -y lo que ha significado para el deporte en general-
es suficiente para hacerle una placa.
En primer lugar, está el rendimiento: Desde 2021,
Ohtani ocupa el segundo puesto de las Grandes Ligas en OPS, con una marca de
.964, sólo superada por el 1.017 de Aaron Judge. Es cuarto en cuadrangulares
(124) y en OPS+ (161), segundo en extrabases (228) y está empatado en el puesto
18 en bases robadas (57). Ha conseguido un bWAR de 14.3 como BD, lo que le
sitúa en el 18vo puesto entre los jugadores de posición.
Resulta risible (bueno,
al menos para mí) acompañar cualquier mención a la clasificación de Ohtani en
diversas métricas ofensivas con un recordatorio de que... ¡también es lanzador!
¿Recuerdas a esos tipos que tradicionalmente eran tan malos en el plato que sus
visitas al home fueron esencialmente eliminadas del deporte con el BD
universal? Sí, él es uno de ellos... excepto que no.
Y antes de su segunda
lesión mayor en el codo, Ohtani era un lanzador tremendamente bueno. De nuevo,
de 2021 a 2023, su efectividad de 2.84 ocupa el sexto lugar entre aquellos con
al menos 300 innings, su EFE+ de 151 el quinto puesto, su tasa de ponches de
31.4% el cuarto lugar y su bWAR de 14.2 como pitcher el quinto escaño.
Entre su capacidad para
lanzar y batear, Ohtani registró un bWAR de 9.0 en el 2021, 9.6 en el 2022 y
10.0 en el 2023. Los otros jugadores en la historia, según Baseball-Reference,
en tener tres temporadas consecutivas con un WAR de al menos 9.0 descansan en
el Salón de la Fama: Babe Ruth, Bob Gibson, Lefty Grove, Mickey Mantle, Rogers
Hornsby y Willie Mays, además del líder histórico de jonrones Barry Bonds. El
único jugador en el siglo 21 en sumar más WAR que Ohtani en un período de tres
campañas fue Bonds (2000-02, 2001-03 o 2002-04).
Ah, y Ohtani ya está a
4.1 de WAR de empatar al reciente exaltado al Salón de la Fama, Harold Baines…
pero no lleguemos hasta allá.
Mira, lo que hemos visto
por parte de Ohtani es especial, sin importar lo que venga en el futuro.
Claro, la historia de las
Mayores está plagada de jugadores que han tenido períodos brillantes de varias
temporadas y no todos están en el Salón de la Fama. Si nombres como Denny
McLain, Dale Murphy, Don Mattingly o Darryl Strawberry quieren hablar conmigo
sobre mi teoría de que Ohtani ya ha hecho lo suficiente para ser exaltado al
Salón de la Fama, es entendible.
Pero además de eso,
Ohtani se ha colocado dentro de un grupo especial de jugadores que han dejado
una huella, alterando la complejidad del deporte con su presencia en el juego.
El propósito del Salón – muchas veces con casos de éxito y a veces no tanto –
es contar la historia del deporte a través de las carreras de aquellos que han
marcado una generación.
Candy Cummings, uno de
los lanzadores menos galardonados del Salón de la Fama, en cuanto a números,
fue quien inventó el lanzamiento en curva (no podemos determinar al 100% que
fue él quien la inventó, pero es una gran historia). Deacon White tiene pocos
argumentos estadísticos, pero fue quien dio el primer hit profesional en la
liga en 1871 y muchos le acreditan la implementación de la máscara de
receptores y la creación de los movimientos previos a lanzar. Eso inclinó la
balanza a su favor. Los números de King Gelly son buenos, pero su placa en
Cooperstown refleja más su “colorida” personalidad, su corrido “audaz” de las
bases y los US$10,000 que lo enviaron de Chicago a Boston. Fue uno de los
primeros nombres importantes, siendo pionero de la popularidad del deporte.
¿Te resulta curioso que
comparemos a jugadores de hace tantos años con Ohtani? Bueno, ¿cuándo no?
Parece que todos los días alguien publica un dato como: “Ohtani es el primer
jugador en hacer [x] desde [y]”. Y si ese ‘y’ no es Ruth, es alguien de finales
del siglo 19 o inicios del 20.
Pero en cuanto a los
tiempos modernos, cuando pienso acerca del caso de Ohtani, pienso en Rollie
Fingers siendo exaltado menos por sus números (sólo lideró la liga en juegos
salvados en tres ocasiones) sino más por, como lo dice su placa, ser la cara de
“el ascenso del relevista moderno”.
No sabemos aún cuáles
serán los efectos a largo plazo de la existencia de Ohtani, pero ya hemos
podido presenciar algunos de las repercusiones. Por ejemplo, MLB literalmente
tuvo que cambiar sus reglas por él, algo que no ocurre todos los días. Y en el
Draft amateur de este año se impuso un récord con ocho jugadores que pueden
batear y lanzar a lo largo de 20 rondas – el doble de los últimos cuatro Drafts
combinados.
Coloca esa tendencia
sobre lo que dijo aquel coach de pitcheo hace seis años sobre que Ohtani “no
tiene chance” de brillar en ambas facetas en las Mayores. Está claro que Ohtani
ha forzado a la gente a cambiar la manera en la que se piensa sobre lo que es
posible o no.
Finalmente, Ohtani ha
fortalecido el vínculo con el pacífico. Como lo hizo Ichiro hace unos años,
ahora los clubes de Grandes Ligas van a buscar talento a Japón. El año pasado,
el economista Katsuhiro Miyamoto publicó un estudio en la Universidad de Kansai
con el que encontró que el impacto económico de Ohtani ha totalizado un
estimado de US$337 millones en combinado entre Estados Unidos y Japón. El
estrellato de Ohtani también ha aumentado el interés en la historia de los
pioneros del béisbol Nikkei, quienes fueron marginalizados, olvidados y en
ocasiones e incluso encarcelados en este país.
Considerando todo lo
mencionado, particularmente no me importa si Ohtani puede estar a la altura de
su nuevo contrato. Seguro, no me molesta si sigue registrando campañas de 9.0
de WAR, pero analizar a Ohtani sólo por sus números sería minimizar su impacto.
Esto no se trata sólo de
uno de los mejores jugadores que hayamos visto. Ya podemos decir que la
historia del béisbol en el siglo 21 estaría incompleta sin Ohtani. Y por eso,
el japonés ya es un Salón de la Fama.