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El artista colombiano Fernando Botero da una entrevista en Nueva York, el 30 de
octubre de 2013. Botero murió el 15 de septiembre de 2023 en Mónaco, según su
hija Lina Botero, quien confirmó su fallecimiento a la estación de radio
colombiana Caracol.
(Mark Lennihan / Associated Press)
El pintor y escultor Fernando Botero, cuyas figuras regordetas se convirtieron en un emblema del arte colombiano dándole la vuelta al mundo y facturando millones de dólares en subastas, falleció el viernes. Tenía 91 años.
El deceso fue confirmado por su
hija Lina Botero. “Mi papá falleció esta mañana a las 9:00 a.m. en Mónaco.
Había desarrollado una neumonía”, aseguró la mujer a la emisora colombiana
Caracol Radio.
“El éxito de este colombiano es,
en verdad, inmenso. Sus exposiciones más importantes carecen de precedentes en
la historia del arte”, escribió su hijo Juan Carlos en su libro “El arte de
Fernando Botero”, de 2010. “Fernando Botero ha creado un estilo. Un estilo
propio, original y fácil de reconocer”.
Botero nació el 19 de abril de 1932 en
Medellín, la segunda ciudad más importante de Colombia, hijo del comerciante
David Botero y de Flora Angulo. Fue el segundo de tres hijos.
La infancia de Botero transcurrió en una escuela de toreo
donde fue matriculado por uno de sus tíos, pero pronto dejó el mundo de la
tauromaquia, aunque regresaría a él años después, en sus pinturas.
Su vida artística alzó vuelo a los 14 años cuando decidió
que se dedicaría a las artes. Su madre lo apoyó en su determinación, pero con
la advertencia de que sería él mismo quien conseguiría el dinero para sus
estudios.
La primera muestra artística en la que participó fue la
Exposición de Pintores Antioqueños de 1948. Después, en la Galería de Arte de
Leo Matiz, en Bogotá, tuvo su primera exposición individual en 1951 y al año
siguiente el óleo “Frente al mar” le proporcionó el segundo puesto en el IX
Salón Nacional de Artistas.
Ese mismo año fue a Madrid para estudiar en la prestigiosa
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
De 1953 a 1955 Botero viajó entre Francia e Italia. En
Florencia aprendió la técnica de pintura al fresco en la Academia San Marcos.
De Europa viajó a México para estudiar la obra de Diego Rivera y José Clemente
Orozco.
En medio de sus viajes se casó con Gloria Zea, con quien
tuvo a sus hijos Fernando, Lina y Juan Carlos. De regreso a Bogotá, en 1958,
fue nombrado catedrático en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional y,
dos años después, viajó a Nueva York, donde instaló su residencia tras su divorcio.
En la década de 1960 Botero comenzó a experimentar con el
volumen de los objetos y personajes en sus pinturas. Sus originales creaciones
regordetas fueron acaparando la atención de los críticos de arte y, para
entonces, el pintor había creado cientos de dibujos así como unas 1.000
pinturas.
Botero contrajo segundas nupcias en 1964 con Cecilia
Zambrano y en 1970 tuvieron a su hijo Pedro, quien murió cuatro años después en
un accidente automovilístico en una carretera de Jaen, España. Botero también
se divorció de Zambrano. Plasmó el dolor tras la muerte de su hijo en la
pintura “Pedrito”. También donó 16 obras al Museo de Antioquía, en Medellín,
para honrar al pequeño y a su vez el museo nombró una sala en memoria de
“Pedrito Botero”.
En la década de 1970 dejó de lado la pintura y comenzó a
experimentar con la escultura, lo que le trajo grandes éxitos. Los materiales
más usados por el artista en sus figuras tridimensionales fueron el bronce, el
mármol y la resina fundida. Para 1978 Botero retomó la pintura y desde entonces
alternó ambas disciplinas.
Botero solía decir que pintaba desde la mañana hasta la
noche, sin importar que fueran días de descanso o festivos, y en absoluto
silencio, pues no permitía que nada lo distrajera.
“Fernando Botero es una de las personas más disciplinadas
que se puedan conocer. Sus amigos y familiares afirman que él trabaja todos los
días de todos los años. Para Botero no existen fechas de descanso, ni días
feriados, ni fines de semana. En Navidad está pintando. En su cumpleaños está
pintando. En Año Nuevo está pintando”, dijo Juan Carlos Botero en su libro.
Amó entrañablemente la tierra donde nació y para el Museo
de Antioquia hizo tres donaciones en total, la primera en 1976, tras la muerte
de su hijo, y las otras en 1984 y en el 2000. Dos años después de su tercera
dádiva al museo regaló la Plaza de las Esculturas, con 23 obras ubicadas frente
al museo. El recinto cuenta también con una retrospectiva del pintor de 1954 al
2000.
En los años noventa Botero tuvo el honor de presentar sus
volumétricas esculturas en Montecarlo y en los Campos Elíseos en París,
convirtiéndose en el primer artista extranjero en mostrar su obra en dichos
espacios.
En 1995 su escultura de bronce “El pájaro”, de más de 1,8
toneladas colocada en un parque de Medellín, fue dinamitada por desconocidos,
causando la muerte de 22 personas e hiriendo a más de 200.
Además del atentado, ese año Botero sufrió el juicio y
encarcelamiento de su hijo mayor, Fernando, quien fue condenado dentro del
llamado proceso 8.000 de investigación sobre el ingreso del dinero del narco
para la campaña presidencial de Ernesto Samper de 1994, de la cual era
director.
Fernando Botero hijo fue liberado en 1998, pero en 2002 fue
enjuiciado nuevamente por el robo de dinero destinado a la campaña de Samper y
no fue sino hasta 2008 cuando logró asegurar su libertad tras varias
apelaciones.
El pintor dejó en manifiesto su dolor y decepción por las
faltas cometidas por su hijo.
Botero “nunca se dejó ver” mientras duró el lío judicial,
dijo en diálogo telefónico el abogado de su hijo, el exministro del Interior
Fernando Londoño. “Ni una llamada, ni una razón durante todo ese tiempo”.
De acuerdo con Londoño, la molestia del pintor radicó
esencialmente en que su hijo utilizó una de sus cuentas bancarias en Estados
Unidos para depositar dinero que fue aportado a la campaña de Samper y que
después intentó robar, de acuerdo con las autoridades. Tuvieron que pasar años
para que Botero y su hijo se reconciliaran.
Su última esposa fue la escultora griega Sophia Vari.
El gusto por las obras de Botero lo llevó a consagrarse
como uno de los artistas latinoamericanos preferidos del mercado de arte en sus
últimos años de vida. En mayo de 2011 la casa de subastas Sotheby’s vendió su
cuadro “Una familia” en casi 1,4 millones de dólares y en noviembre la casa
Christie’s vendió su escultura monumental “Bailarines” por 1,76 millones.
Pero el éxito económico no transformó su persona. Quienes
lo conocían afirmaban que lo caracterizaba su sencillez, su lenguaje informal y
su sinceridad.
“Botero es uno de los artistas más prolíficos del siglo XX. Por lo general, a diferencia de lo que sucedía en el Renacimiento, el artista moderno es escultor, pintor, dibujante o acuarelista. Botero, en cambio, semejante a otro caso excepcional, (el español Pablo) Picasso, parece una locomotora de trabajo que no cesa de buscar nuevas formas de expresión”, observó Juan Carlos Botero en su libro.