FAO/Sebastian Liste Una agricultora de una cooperativa de hortalizas gestionada por mujeres cultiva coles en Sierra Leona.
Abordar
la desigualdad de género en los sistemas agroalimentarios y cambiar el papel de
la mujer en el sector reduce el hambre, estimula la economía y refuerza la
resiliencia ante crisis tales como el cambio climático y la pandemia del
COVID-19, según revela un nuevo informe de la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El
documento La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios,
el primero de este tipo desde 2010, no se limita a la agricultura, sino que
ofrece un panorama completo de la situación de las mujeres que trabajan en los
sistemas agroalimentarios, abarcando desde la producción hasta la distribución
y el consumo.
“Las mujeres
se desempeñan como productoras, empresarias, vendedoras, trabajadoras y también
como consumidoras. Entonces, participan en todas las dimensiones que forman
parte de los sistemas agroalimentarios”, declara el director del Departamento
de Transformación Rural Inclusiva e Igualdad de Género de la FAO, Benjamin
Davis.
La
Organización destaca que los sistemas agroalimentarios son una importante
fuente de trabajo a nivel mundial: el 36% de las mujeres que trabajan
están empleadas en el sector, una cifra que alcanza el 38% en el caso de los
hombres.
Peores condiciones laborales
Ante la
pregunta de por qué se habla de desigualdad en el sector, con una cifra tan
pareja, el director explica que el trabajo de las mujeres está
menospreciado y sus condiciones laborales tienden a ser peores que las
de los hombres.
“En
general, las mujeres tienen un trabajo más informal, es más precario, a tiempo
parcial, de escasa cualificación y es más laborioso, y finalmente peor pagado.
Otro elemento de la desigualdad es la mayor carga como cuidadoras no
remuneradas y el trabajo doméstico, que a nivel mundial es tres veces más alto
para las mujeres, ahí es donde está la desigualdad”.
En
concreto, el informe destaca que las asalariadas en la agricultura ganan 82
céntimos por cada dólar que reciben los hombres. La razón no solo está
ligada a la segregación ocupacional y la precariedad de las condiciones
laborales antes mencionada; “otra razón es la discriminación a
la que se enfrentan las mujeres, simplemente las pagan menos por el mismo
trabajo. Y eso es muy común en muchos contextos”, añade Benjamin Davis.
Las
mujeres también tienen menos acceso a la posesión de la tierra, al crédito, a
la formación y a las nuevas tecnologías. Junto con la discriminación, estas
desigualdades dan lugar a una brecha de género del 24% en la productividad
entre mujeres y hombres agricultores para explotaciones de igual tamaño.
Beneficios socioeconómicos
Benjamin
Davis explica que abordar las desigualdades de género en los sistemas agroalimentarios
tendría muchas consecuencias en la vida cotidiana de las familias y de las
comunidades, y que las mujeres tendrían un papel protagonista dentro de la vida
colectiva.
“También
hicimos un cálculo en términos económicos de que, si se cerrara la brecha de
género de la en la productividad agrícola y si se suprimiera la diferencia
salarial existente en los sistemas agroalimentarios, el producto
interior bruto mundial aumentaría en un 1%, es decir, un billón de
dólares. Y con ello, la inseguridad alimentaria mundial se reduciría alrededor
de 2 puntos porcentuales y el número de personas con inseguridad alimentaria se
reduciría en 45 millones, y eso solamente un cálculo conservador, en el sentido
de que no se calcula su impacto a largo plazo”, añade el director.
A su vez,
los beneficios de los proyectos que empoderan a las mujeres son mayores que los
de los que se limitan a tener en cuenta las cuestiones de género. Los autores
del informe explican que, si la mitad de los pequeños productores contaran
medidas centradas en el empoderamiento de las mujeres, se
produciría un aumento significativo de los ingresos de otros 58 millones de
personas y de la resiliencia de otros 235 millones.
Mujeres agricultoras trabajan en un campo de Bishkek, Kirguistán.
Crisis económicas y cambio
climático
En el
documento también se señala que, cuando las economías se contraen, los
puestos de trabajo de las mujeres son los primeros en desaparecer. A escala
mundial, el 22% de las mujeres de los segmentos de los sistemas
agroalimentarios que se desarrollan fuera de la explotación agrícola perdieron
su empleo en el primer año de la pandemia de la COVID-19,
frente al 2% de los hombres.
Durante
la pandemia aumentó también más rápidamente la inseguridad alimentaria de
las mujeres, que además tuvieron que asumir más responsabilidades de cuidado,
lo que supuso que las niñas faltaran más a clase que los niños.
Igualmente,
el informe indica que las mujeres son más vulnerables a las
perturbaciones climáticas y los desastres naturales, debido a que
“tienen recursos y activos más limitados que reducen su capacidad de adaptación
y resiliencia”.
Situación en América Latina
En cuanto
a la situación de América Latina, Benjamin Davis destaca que la brecha de género
es más importante en el proceso de transformación de la producción agrícola en
productos de consumo debido al nivel de desarrollo de la región y al número de
empleos en los sectores secundario y terciario.
“En el
continente de latinoamericano, la situación es bastante parecida diría
al escenario que he descrito en términos a globales, en el sentido de que hay
mucha desigualdad en las condiciones de empleo para las mujeres en América
Latina, de nuevo en términos de la informalidad y la naturaleza precaria, y
siendo menos pero pagado. La diferencia sería que, en los países en América
Latina, la agricultura juega un papel menor en las economías, entonces hay
menos mujeres, en términos porcentuales, que están trabajando en el sector
agropecuario”.
Sin embargo,
el director ha denunciado la situación de la de la población indígena en el
continente, y en concreto de las mujeres indígenas: “sufren una doble
discriminación, por ser indígenas y por ser mujeres. Y esto tiene implicaciones
muy importantes para la vida de ellas y de sus familias”.
Recomendaciones
El
informe concluye que, aunque en la última década los marcos políticos
nacionales han pasado a tener más en cuenta las cuestiones de género, la
desigualdad de género en los sistemas agroalimentarios persiste, en parte
porque las políticas, las instituciones y las normas sociales discriminatorias
siguen limitando la igualdad de oportunidades y de derechos a los recursos.
Para
acabar con la desigualdad de género, hace falta subsanar las carencias
relacionadas con el acceso a activos, tecnología y recursos. En el estudio
se pone de manifiesto que las intervenciones para mejorar la productividad de
las mujeres consiguen buenos resultados cuando abordan las cargas de los
cuidados y el trabajo doméstico no remunerados, proporcionan educación y
formación, y facilitan la posesión de la tierra.
En este
sentido, Benjamin Davis destaca la importancia de adoptar políticas enfocadas
en cambiar las normas sociales que tienden a restringir la
posibilidad de las mujeres de trabajar en el mercado laboral. “También es muy
importante mejorar los derechos de las mujeres a la propiedad y la tenencia
segura de tierras agrícolas, que influye muy positivamente sobre el
empoderamiento, la inversión, la gestión de los recursos naturales y el acceso
a servicios e instituciones y también ayuda en términos de aumentar su poder de
negociación”.
El
director hizo referencia a cómo el acceso a guarderías también tiene un notable
efecto positivo en el empleo de las madres, mientras que los programas
de protección social han demostrado aumentar el empleo y la
resiliencia de las mujeres.
“Y por
último, es muy importante un esfuerzo mayor para tener información
estadística desagregada por género para poder medir el empoderamiento
en sus múltiples dimensiones y mejorar el diseño y la eficacia de los programas
y las políticas en materia de igualdad de género y empoderamiento”, añadió
Davis.
Voluntad política
En un
último mensaje a los Estados en América Latina declara que para cerrar la
brecha de género hace falta voluntad política. “Sería importante pasar
de las palabras a los hechos. Ha habido un aumento de la mención de la
inclusión, de la cuestión de género en muchas políticas, muchos documentos,
etcétera. Pero relativamente pocos programas y políticas específicas dirigidas
a atender esas desigualdades”.
El
informe concluye que la reducción de las desigualdades de género en los medios
de vida, la mejora del acceso a los recursos y el fomento de la resiliencia
constituyen una vía fundamental hacia la igualdad de género, el empoderamiento
de las mujeres y unos sistemas agroalimentarios más justos y sostenibles.
“Si
abordamos las desigualdades de género en los sistemas agroalimentarios y
empoderamos a las mujeres, el mundo dará un salto adelante en la consecución de
los objetivos de poner fin a la pobreza y crear un mundo sin hambre”,
afirma el director general de la FAO, QU Dongyu, en el documento.
“Las mujeres siempre han trabajado en los sistemas agroalimentarios. Es hora de que hagamos que los sistemas agroalimentarios funcionen para las mujeres”, declaró.