AP
París,
Francia
Un país conocido por su cocina acudió a sartenes y
cazos para expresar su descontento con la reforma de las pensiones del presidente de Francia, Emmanuel Macron.
Las manifestaciones francesas contra la subida de
la edad de la jubilación de los 62
a los 64 años se han transformado, conforme la gente pasaba de arrojar
adoquines, esquivar latas de gas lacrimógeno y enarbolar banderas a algo
más cercano al alma de la gastronómica nación: armar ruido golpeando cacerolas.
La cacerolada comenzó la semana pasada durante
un discurso televisado de Macron. Los manifestantes se congregaron en unos 400 lugares, ante
ayuntamientos y en calles de ciudades como París, Marsella, Tolosa y
Estrasburgo, en un esfuerzo de sofocar la voz del mandatario.
El
grupo activista anticapitalista ATTC convocó nuevos cacerolazos para el lunes a las 20:00.
En
respuesta a las sonoras protestas, Macron proclamó la semana pasada durante una
visita a Alsacia que “no son los cazos lo que hará avanzar a Francia”.
Sin
embargo, eso no hizo más que avivar las llamas. El fabricante francés de
utensilios de cocina Cristel declaró en Twitter que ahora fabricaba sartenes de
acero inoxidable específicamente para “avanzar” a la nación.
Ese grito de guerra culinario
tiene una tradición centenaria en Francia.
Durante
la Monarquía de Julio de 1830, los republicanos que querían expulsar al rey
Luis Felipe golpearon utensilios y cazos para expresar la disidencia contra “el
aparato del estado”, explicó el historiador Emmanuel Fureix a la radio France
Culture.
En un momento en el que apenas
había 200.000 votantes en el país, la cacerola era la forma de expresión de
los que no tenían voz, añadió. Fureix dijo que el acto de golpear cazos
proviene de la Edad Media, de una tradición de un concierto de cazos, campanas,
gritos y silbidos para expresar la desaprobación ante un mal matrimonio.
Francia
ya ha llamado la atención por sus creativas protestas
contra la reforma de las pensiones.
La semana pasada, trabajadores de energía en huelga arrojaron contadores viejos de gas y electricidad ante un edificio del gobierno regional, mientras que un artista callejero en París convirtió docenas de contenedores de basura sin recoger en esculturas.