En los rostros exhaustos se leían los restos del
naufragio, de una de esas batallas que no deja heridos. En la desproporción de
las alegrías y las decepciones está la grandeza de los clásicos, envidia de
Europa. A Niko Mirotic no le salían las lágrimas, pero en su rictus el fiasco
dolía. En la sonrisa de Llull o de Causeur, el alivio del que al fin escapó de
su laberinto. ¿Qué hubiera supuesto para este colectivo la enésima derrota ante
el eterno rival? «Hemos vivido muchas emociones este año. Somos un equipo de
campeones, lo hemos demostrado cada vez que el partido era importante y estoy
muy feliz», concedía el francés, otra vez clave en Belgrado. Porque la
resurrección del Real Madrid fue doble en el Stark Arena.
El mismo equipo que había perdido 11 de las últimas
14 veces contra el Barça, el mismo que se resquebrajó hace no tanto hasta caer
en 17 de sus 28 partidos, el mismo que a la vuelta de vestuarios perdía por 13
y no encontraba la manera de detener a Mirotic, Laprovittola y compañía. Ese
equipo luchará por ser de nuevo el rey de Europa, en la 19ª final de su
historia. «Ha habido tres o cuatro minutos del segundo cuarto que no hemos
jugado bien y ¡pam! Nos han cogido 10 de ventaja. Son así, son un gran equipo,
tienen mucho talento. Le hemos ido dando la vuelta poco a poco, pero al final
tampoco sentíamos que lo teníamos ganado», expresó un satisfecho Pablo Laso.
En el otro bando la decepción era mayúscula, a la
altura de las expectativas. El proyecto Jasikevicius, que ya perdió la pasada
final de Euroliga en Colonia, tenía en Belgrado cita obligada con la gloria. El
mejor equipo de la temporada regular, con todas sus piezas listas. «Hemos
perdido muchos partidos decisivos... no tenemos instinto asesino y es algo
complicado de aceptar», volvió el técnico lituano con sus palabras tantas veces
desmesuradas en la derrota. No es la primera vez que acusa a sus jugadores:
«Eché de menos más sacrificio y profesionalismo. Es una gran decepción para
nosotros. Creo que somos mejor equipo, pero no vamos a jugar la final». «Esto
ya nos pasado muchas veces, así es este equipo. Un equipo con talento, pero que
no sabe matar rivales ni series. Es muy difícil de aceptar para mí. Estando tan
cerca de jugar otra final, que te metan 52 puntos no es serio», insistió en el
zafarrancho Saras, sin atisbo de autocrítica.
Pero fue Mirotic el hombre de la noche, devastado.
En la zona mixta no le salían las palabras. «Han jugado mejor, sobre todo la
segunda parte. Han tenido más acierto. Enhorabuena», pronunciaba vaguedades,
con la mirada perdida. El dolor se multiplica en su caso. El tipo que escapó de
la NBA para marcar la pauta en Europa, para ganar los títulos que parecen
escapársele de los dedos. Había perdido ya dos finales en su etapa de blanco
(2013 y 2014), más la de hace un año en Colonia. Su despliegue, además, había
resultado asombroso, de principio a fin: 26 puntos, 12 rebotes, cinco
asistencias... Para nada.
Fuente: ELMUNDO